La farsa de la Navidad

Cuando llega la época navideña es irremediable observar un cambio conductual en la sociedad. No se trata de una intuición sino un hecho:  la tradición y el  arraigo se mezclan con los fines comerciales y generan una burbuja vacacional. En otras latitudes, de las que provengo, se asocia este periodo los olores a castañas asadas en armonía con la blanca nieve y la serenidad, sin embargo,  por otros lares,  en los que me encuentro, se relaciona más con el sabor del chontaduro,  los cálidos vientos tropicales y el ajetreo generalizado.  

Aunque, como apartado común a todas las culturas de base occidental, en estos días las ciudades toman conciencia de sí mismas,  se engalanan y se visten de fiesta, los hogares se decoran minuciosamente con el arbolito de plástico chabacano y las lucecitas ordinarias de fabricación china, el pesebre más ostentoso es menos humilde en las casas más pudientes o en aquellas que aparentan serlo. Si no te has electrocutado aún en casa con la decoración anormal, sufrirás la incertidumbre por adquirir un regalo para tu estimado nuevo cuñado o para tu venerada ex suegra, obligación que se convierte en un infierno para la mayoría de las personas, salvo claro está, seas mujer de retos y con ese don especial por la pulcritud y la agudeza se te presente tal suplicio como un desafío. Todo es posible por tratar de quedar bien, hipócritamente.

 

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Por añadidura, un exceso en los gastos navideños durante esta época puede traducirse en una mala entrada en el año, endeudado y con la resaca o guayabo de haber gastado inútilmente. Lo peor es, quizá,  que el efecto fetiche de lo material desaparece pronto y nos encontraremos a solas embriagados con nuestra propia miseria. Luego, para demérito de la organización social en la que vivimos,  arrancaremos a camellar a mediados de enero con mal cuerpo y peores dineros. Basta con apagar la televisión y abrir los ojos al mundo, y pensar, para darse cuenta de ello. 

Para mí la farsa de la Navidad es aquella se subyace entre los compromisos que se repiten a menudo en cada núcleo familiar, entre todas las distracciones de las cenas de trabajo, los regalos comprometidos a los familiares o los acontecimientos religiosos. Son eventos ineludibles que además debes acatar con una sonrisa, te gusten o no.

Esta vorágine predecida es contraria a cualquier alma aventurera, pues todo está programado sutilmente para que las presentes navidades sean calcadas a las anteriores y así sucesivamente. La justificación a este comportamiento social se limita a que se trata de una costumbre familiar, es cultural y encima en los hogares estadounidense también ponen el arbolito dichoso, entonces,  cómo poder cuestionarlo ante tales sólidas tesis.

También me parece en cierto grado una farsa en Navidad celebrar, por una lado,  a través de un Papa Noel pagano y ficticio con origen de otras culturas;  y por otro, en una fecha en la cual Jesucristo no nació, pues  María da a luz una noche de  verano, sin embargo, los postulados aceptados someten el 25 de diciembre cuyo origen es herencia de los dioses Mitra y Horus del Antiguo Egipto. Pero qué triste para quien piense diferente, para quien haya acompañado las desventuras de Ulises, atestiguado la abundancia de Sinuhé, el egipcio o haya descendido con Dante a los infiernos. Qué suplicio quien ofrezca soluciones originales a este periodo navideño, qué aburridas vacaciones pensadas para satisfacer otros intereses en una sociedad férrea y hermética.

Umberto Eco explicaba que la mera idea de una cultura compartida por todos y para satisfacer a todos por igual  y elaborada bajo las apetencias y gustos de todos, era un contrasentido monstruoso : “La cultura de masas es la anticultura”.

 

¿Por qué queréis arrastrarme a todas partes oh  ignorantes? Yo no he escrito para vosotros, sino para  quien pueda comprenderme. Para mí, uno vale por cien mil, y nada la multitud”  Heráclito

 

 

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¿Por qué actuamos así en Navidad?

Una de las razones de mayor peso sobre nuestra conducta en esta época no tiene relación ni con la tradición, ni con el arraigo o la cultura de un lugar en particular. Son los mass media que sustentados de la publicidad, ven en el tramo final del año la oportunidad de generar ingresos y maquillar sus deficitarias cuentas anuales. Esta necesidad vital de los medios por facturar junto al empuje de las marcas por vender y salpimentadas con las pagas extra, crean un entramado complejo para que  el ciudadano no pueda resistirse a la enternecedora mirada de su tarjeta  VISA. No hace falta decir que todos mordemos el anzuelo en alguna ocasión y que no es malo mientras no caigamos dentro de la perniciosa burbuja.

Los colombianos, los más endeudados de Latinoamérica

Según un estudio de Kantar Worldpanel, el 69 por ciento de los hogares colombianos admitió que uno o más miembros de la familia tienen algún tipo de deuda. En relación al ingreso se puede deducir que la mayoría de la gente no dispone de plata para poder hacer frente a múltiples  gastos, con lo que no ven con malos ojos tirar de tarjeta de crédito. Y por este lado confluyen dos problemas,  compran más caro en el momento  y al endeudarse deben hacer frente a los disparatados intereses; la urgencia por el consumo se traduce en la pérdida de poder adquisitivo y en el beneficio de la banca. La trampa navideña de comprar en estas fechas para empobrecerse mediante la deuda será comúnmente aceptado pero no es lo más inteligente.  

Tú eliges: el mundo del “ser” o del “tener”

El problema de la conducta en Navidad estriba en no saber discernir entre qué nos hace felices, si lo material o lo espiritual. Porque aunque sean estas fiestas también religiosas, cuidado, no son sinónimos de espirituales. Lo material es contrario a lo espiritual, se trata del mundo del “tener” versus el mundo del “ser” – uno puede ser mucho y no tener nada y, sin embargo, tener mucho y no ser nada-. Este concepto explica que muchos países de Latinoamérica, conservadores y católicos, a pesar de que cumplan al dedillo los festejos religiosos  a su vez se obsesionen en lo terrenal  y ahí caen en otra trampa: crear artificialmente la felicidad a través de lo material.

Lo espiritual parte y depende de uno mismo, para lo bueno y para lo malo, mientras la religiosidad atiende más a preceptos institucionales que uno debe imitar y repetir en comunidad. En lo espiritual el problema y la solución reside en uno mismo, lo que conlleva un grado de madurez, en cambio, en la religiosidad, siempre se puede obtener mediante -previo pago- de alguna pócima, hechizo, o agua milagrosa para  así evitar esa responsabilidad.

Volviendo a la transformación navideña, si ésta  es basada en lo estético y no va acompañada de un cambio interior entonces vale bien poco. Considero que ese debe ser el verdadero sentido de la Navidad, invitar a  la reflexión uno mismo y la autocrítica, práctica tan temida en occidente. 

Como nota anecdótica existe en España la tradición de regalar carbón (comestible) a los niños que se han comportado mal durante el año, no se martiriza al nene pero se enseña una lección sobre la responsabilidad en la conducta.

 

Pesadilla antes de Vacidad

Los apocalípticos de la Navidad

Si conseguiste llegar hasta aquí habrás observado una actitud renegada de quien escribe y en cierta medida es así. La adopción de la navidad por un apocalíptico incluye un desánimo generalizado, un aire de desasosiego e incomprensión que se sufre desde el entorno de pareja hasta el profesional. Lo que ocurre, que como a los zurdos, uno no manifiesta su incomprensión a diario.

Como explicaba más arriba, te guste o no además tienes que sonreír. Eco (1965) define el perfil psicosocial de  los apocalípticos como aquellos que sobreviven elaborando teorías sobre la decadencia de la sociedad y que son capaces de elevarse, “aunque sólo sea mediante el rechazo, por encima de la banalidad media”. Los “integrados”, por lo pronto, no se cuestionan estos postulados, son ajenos a ellos y como peces en el agua transitan felices de todo y con todo lo políticamente correcto. Estos términos genéricos y polémicos ofrecen variedad de matices, por lo que  todos tenemos un porcentaje de apocalíptico y otro de integrado, variará la proporción en la medida que aceptes la cultura popular con aquiescencia o con recelo.

 

En cualquier caso y con todo el cariño:

 

¡FELIZ NAVIDAD!

 

 

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