Desde que a Ana María Markovic, jugadora del Grasshopper de Suiza, le otorgaron el título de la futbolista más sexy del mundo, el fútbol quedó en un segundo plano. Cierto es que, en un principio, agradeció el cumplido como cualquiera hubiera hecho. Siempre encontramos gratificante, por algún motivo, que se nos alabe por nuestro físico. Sin embargo, cuando esto afecta a tu trabajo, y más grave aún, a tu pasión, hay un problema.

Partimos de la base de que la objetivación de la mujer sigue en auge en muchos ámbitos. Es triste pensar que deban aparecer mujeres ligeras de ropa en la portada de una revista deportiva para que el público, principalmente masculino, se anime a comprarlo. Ya no solo por dicha objetivación sino también por la dudosa calidad periodística que aparenta tener un medio que, para atraer lectores, necesite alejarse tanto de su temática principal, el deporte, como para llegar a esos extremos.

Lo mismo ocurre en el caso de Markovic, a la cual ya no buscan entrevistar por sus aptitudes futbolísticas ni su brillante juego sino por su belleza. La belleza no es un logro, no es algo que uno consigue (a no ser que se trate de operaciones estéticas) ni es algo que deba celebrarse por encima del esfuerzo y el trabajo de la persona. La joven recibió decenas de llamadas de managers que querían representarla desde que se le otorgó el título de ‘sexy’. Probablemente, apenas ninguno la hubiera llamado si no fuera por ello. La empezaron a acosar periodistas que buscaban entrevistarla en su hotel y no pudo aprovechar la oportunidad de darse a conocer porque iba a ser por el motivo erróneo. La asociación tuvo que intervenir para que pudiera concentrarse en el fútbol. En resumen, una vergonzosa actitud que se repite y se seguirá repitiendo como no se vayan incluyendo cambios en la sociedad.

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