Durante la noche del sábado pasado, al sur de la provincia de Java Oriental se disputa el partido entre los acérrimos rivales Arema FC y Persebaya Surabaya, dos equipos que ocupan la zona media de la tabla de la Premier League de Indonesia. El encuentro acaba con un desenlace favorable para el club visitante, de 2 a 3. En ese momento, con el pitido final, los aficionados de ambos equipos invaden el campo, unos celebran la victoria y otros rabian con violencia por la derrota.
Los jugadores salen despavoridos hacia los vestuarios mientras se enfrentan las dos hinchadas con palos y puños y los agentes de policía ataviados con material antidisturbios lanzan gases lacrimógenos hacia las gradas en un estadio con capacidad para 38.000 personas, pero donde hay más de 42.000 espectadores.
El miedo se adueña de muchos aficionados, que huyen hacia las puertas del estadio en estampida. Marabuntas de gente taponan las salidas, la gente cae al suelo desmayada por las nubes de gases. Los que huyen les pasan por encima. Se forman montañas humanas donde las personas que están abajo del todo se asfixian.
Al día siguiente, de madrugada, las cifras de fallecidos ascienden 125 y 180 personas heridas. La mayor pérdida de vidas humanas en un partido de futbol en los últimos 50 años. Habría que remontarse a los disturbios en el Estadio Nacional de Lima en 1964, cuando hubo 328 muertos después de un partido entre Perú y Argentina. O los 97 fallecidos en 1989 en Hillsborough por exceso de aforo en un partido entre el Nottingham Forest y el Liverpool o los 39 muertos en el estadio de Heysel, en 1985, en la final de la Copa de Europa que disputaron el Liverpool y la Juventus.
La noticia ha consternado a los indonesios. Algunos han echado la culpa al fallo de protocolos de seguridad y el hacinamiento del estadio y otros a la actuación de la policía. Y es que, aunque hasta ahora no habían conocido una catástrofe de tales dimensiones, este tipo de incidentes no son un caso aislado en un país donde ver un partido de futbol en un estadio ya ha costado la vida a mucha gente.
Indonesia es el cuarto país con más población del mundo con 270 millones de personas. En él conviven gentes de diferentes lenguas y de culturas dispares. Los 18 equipos de la liga indonesia cuentan con grupos ultras, algunos de ellos integrados por 100.000 hooligans, emparentadas con mafias locales que se encargan de generar el miedo entre los aficionados que acuden a los estadios de futbol para entretenerse mientras ellos se asesinan por diferencias ideológicas o culturales.
Esta tragedia pudo evitarse si la normativa vigente de la FIFA, que prohíbe el uso de gas lacrimógeno en los estadios, se hubiese respetado y si las instituciones indonesias privaran a los grupos violentos de entrar en los estadios.
Ante estos hechos lamentables, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, debe asumir su responsabilidad por la falta de medidas de seguridad y las acciones desproporcionadas de la policía. Y es que la federación no puede permitir que en Indonesia o en cualquier otro país, el fútbol se convierta en una excusa para grupos de individuos violentos se asesinen por razones ajenas a la competición deportiva.