Ecos de Dealey

Año 2049.

La Agencia de Registros Nacionales habilitó por fin los últimos archivos del Caso JFK, ocultos bajo el código 104-10004-10156-2. Una ráfaga de curiosos se abalanzó sobre los servidores digitales. Entre ellos, el profesor Lucien Varela, criptohistoriador y experto en anomalías informacionales. Lo que encontró no fue una simple transcripción o informe; era un conjunto de coordenadas, fechas imposibles y un mensaje en lenguaje ensamblador codificado dentro de un escaneo mal resuelto.

Horas después, su correo fue bloqueado, sus servidores personales fundidos. No le importó. Ya lo había descargado en una unidad de núcleo frío: lo que creía una teoría de la conspiración se volvía tangible. El documento relataba no solo los movimientos de Lee Harvey Oswald en México, sino su contacto con una entidad clasificada como “Nox Delta”, una expresión que no existía en ningún glosario oficial.

Lucien viajó a Dallas con una mochila, un dron de escaneo espectral y su viejo cuaderno de símbolos fractales. En Dealey Plaza, justo donde Kennedy fue abatido, dejó que el dron se elevara mientras ejecutaba una frecuencia de 17.3 Hz, mencionada en el documento como “clave de resonancia estructural”. Durante 13 segundos —el mismo lapso del asesinato— el cielo tembló ligeramente. El mundo pareció detenerse. Las palomas salieron volando, los semáforos parpadearon… y luego todo volvió a la normalidad.

Excepto por una cosa: el dron desapareció.

A los tres días, Lucien recibió un paquete sin remitente. Dentro, la cámara del dron. Las imágenes grabadas no eran de Dallas. Se trataba de una ciudad idéntica pero vacía, envuelta en niebla amarilla. Un segundo Sol brillaba en el horizonte, y al fondo, una figura caminaba hacia la cámara: Oswald, con los ojos cosidos y una sonrisa desollada, apuntando directamente al visor.

No era posible. El hombre estaba muerto desde hacía más de un siglo.

Lucien no durmió esa noche. Estudió las imágenes cuadro por cuadro. Descubrió una interferencia constante, una palabra que se repetía: “Iteración”. Contactó a Rhea, su antigua compañera en física cuántica y especialista en campos temporales. Juntos, combinaron la señal del documento con la data de la grabación y generaron un modelo tridimensional: resultaba ser una curvatura espacio-temporal encerrada en un punto exacto: la Biblioteca Central de Dallas.

La noche siguiente, entraron.

Los pasillos olían a electricidad vieja. En la sala de microfichas, encontraron una puerta sin marca. No estaba en los planos. Detrás, una escalera descendía en espiral durante lo que parecían kilómetros. Al fondo, una cámara con paredes de plomo y símbolos grabados a fuego.

En el centro, una silla antigua. Y una máquina con una pantalla de fósforo verde.

Lucien se acercó. La máquina se encendió sola y mostró el archivo:

Rhea leyó en voz alta: “¿Iteración? ¿Cuántas veces han…?”

La máquina contestó:

“672 versiones del asesinato. Ninguna solucionó el desajuste. Este universo aún contiene ruido.”

De pronto, una luz blanca estalló. Rhea desapareció. Lucien gritó, pero su voz se apagó como una vela. Frente a él, apareció la figura de Oswald, idéntica a la grabación, con la piel colgando y la pistola aún en la mano.

—“Debes entenderlo, Lucien,” dijo con una voz metálica y disonante, “No soy un hombre. Soy un mecanismo.”

El tiempo se dobló. Lucien cayó de rodillas.

—“Cada vez que Kennedy muere, este mundo se reinicia. Buscamos la versión estable… y tú, tú eres un error.”

La habitación se fracturó. Lucien sintió que su cuerpo era jalado por millones de hilos. Imágenes de mundos en los que Kennedy vivía, gobernaba, conquistaba… y otros donde el propio Oswald era presidente. Universos que se superponían como transparencias rotas.

Lucien despertó en su apartamento. Era de día. Encendió el noticiero. Kennedy estaba dando un discurso. ¿Kennedy?

Se miró en el espejo. No era él. Tenía otra cara. Otro cuerpo.

Recibió un mensaje en la computadora:

Iteración 673 iniciada.

Estabilidad: Indeterminada.

Observador: L. Varela, asimilado.

El cursor parpadeó.

—“¿Y si ya no puedo salir?” —murmuró.

La respuesta apareció sola en la pantalla:

“No puedes salir de algo que ya no existe.”

FIN

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