“Cuando entras en Medellín por el Alto de las Palmas desciendes por un paraje durante unos kilómetros, el tiempo suficiente para contemplar el vasto horizonte colombiano con sus correspondientes y desmesuradas proporciones- estamos encajados en la Cordillera Central de los Andes, señores.”
Acabo de volar de vuelta a Santiago de Cali desde Medellín, en concreto desde Rionegro, lugar que vio nacer al histórico capo Pablo Escobar cuya obra y gracia es conocida ya por todos y no cabe mencionar aquí; para mayor información pueden entretenerse con la teleserie NARCOS estrenada en Netflix. Abrumadora.
Cuando entras en Medellín por el Alto de las Palmas desciendes por un paraje durante unos kilómetros, el tiempo suficiente para contemplar el vasto horizonte colombiano con sus correspondientes y desmesuradas proporciones- estamos encajados en la Cordillera Central de los Andes, señores-, y por alguna razón algo te dice que cuanto vislumbras es diferente a nada que hayas experimentado antes, especialmente si eres un europeo de culo blanco, como es mi caso. Noté algo de mareo durante el recorrido, motivado por las zigzageantes curvas y por los casi 3 mil metros de altura. Aunque nos llovió, dicen que por estos lares siempre es primavera: ¿Sí o No?¿Me oyó? (no puedo quitarme de la cabeza la sublime interpretación de Wagner Moura en NARCOS).
El concepto de ciudad de Medellín asombra al foráneo. Unos edificios elegantes y nuevos, a modo de rascacielos, construidos de tal forma para ganar terreno a la compleja geomorfología y paliar los efectos negativos de la elevada densidad de población que sufre la ciudad debido al desarrollo y al crecimiento. No voy a abordar los temas clásicos de desigualdad, pobreza e inseguridad, que “haberlos , haylos”, sino contar mis sensaciones todas positivas tras pasar unos días en una ciudad limpia. Ordenada. Creo que parte de la culpa de la transformación corresponde a un desarrollo cultural ciudadano muy positivo, que ha penetrado en sus usos y costumbres cotidianos; mi vecino insiste en que tienen “sentido de pertenencia” y yo lo corroboro. Además, los medillenenses (aunque ellos prefieren el gentilicio antioqueños y mundialmente son conocidos como paisas) son conscientes de que ahora es el momento de despegar, de una y para siempre, olvidando una década atrás cuando no era viable el desplazamiento por carretera más allá de las limitaciones de la capital ante la amenaza de la guerrilla. Fincas vacías, otras abandonadas y los canales de comercio por carretera tambaleándose. Después llegó el ultravenerado Uribe Vélez y aquello se arregló, dato que reconocen los paisas por unanimidad y sin titubeo. Las formas del ex presidente están bajo sospecha en gran parte del país, pero eso es otra lírica.
“Medellín la más educada”
El letrero colgado a las puertas del peaje de entrada a la ciudad dice: “Medellín la más educada”, habla por sí solo. Se puede interpretar como un mensaje de bienvenida o como advertencia al morador de otras tierras remotas de que a partir de cruzada esa línea no habrá lugar para el mal trato, falta de cortesía, o las malas maneras en las atenciones; te informa ex-ante de una seña de identidad que atestiguarás, una marca de la casa, un mensaje de aviso para navegantes y una ruta a seguir que no conviene olvidar para sus pobladores, pues todos reman en el mismo barco.
Me alegro por ellos
De vivir en Cali a visitar Medellín: impresiones
Es otro concepto de urbe, sé que no se deben comparar dos ciudades y que los ciudadanos tienden a manifestarse sensibles e infantilones cuando se critica su ciudad natal, aunque ésta sea de manera constructiva y no por molestar. En concreto, parte mayoritaria de los caleños se ofenden cuando se critica aspectos de la ciudad, como la movilidad, cosa que aún no puedo entender dado que la protesta es la única vía inicial para el cambio. Es lícito manifestar la disconformidad con respeto y educación, eso es todo. Entendería una autocensura si viviera en una Monarquía Absolutista o un Régimen Totalitario Islámico, ¿pero acaso no vivimos en una república democrática?
Con exactitud, mantener una disposición con tu ciudad exigente determinará un resultado positivo en ella y motivará al orgullo colectivo; sin embargo, ofrecer una actitud complaciente determinará un resultado negativo que nos avergonzará a todos.
En Medellín, a diferencia de Cali, conocí el concepto de obra pública, es imposible encontrar un hueco en ninguna carretera que crucé por esas lindes, desde el péndulo dirección norte o vía sur del río Aburrá (quizá soy un poco exagerado, pero cierto es que no vi una oquedad ni una vía mal asfaltada en cuatro días manejando por la ciudad).
Historia pre viaje
En el último año no me había ido de paseo apenas, viajé hacia al sur con límite en Miranda, Cauca y por el norte del departamento del Valle, lo más lejos que escapé fue el Darién y Lago Calima. Esas habían sido mis limitaciones geográficas, apenas 75km a la redonda, que por unas o por otras no había sido capaz de sobrepasar.
Sin embargo, había llegado el momento de ponerse serio y necesitaba un cambio abrupto a este calor del berraco y medioambientalmente edulcorado.
-¡Váyase a Cartagena!- Gritaban los unos.
-¡Usted tiene que visitar San Marta!- Insistían los otros.
Señores no pretendo ser arrogante pero la Torre del Infantado de mi pueblo es más añeja que cualquier piedra colonial de Cartagena, no me convence en estos momentos; ni las playas de Santa Marta, -con los debidos respetos-, pues vengo de la lustrosa bahía de Santander entre las naturales más bonitas del mundo, aquella bautizada por los romanos como Portus Victoriae, antaño fue un puerto fundado durante las Guerras Cántabras de la vieja Iberia y donde la libra de bonito fresco del cantábrico, -me cuenta mi madre-, está ahora mismo a tan solo 4000 pesos colombianos… si yo no digo que usted me mejore la oferta home, pero iguálemelo al menos. Dejando arrogancias atrás y la broma, lo que en realidad necesitaba era algo diferente, colonial y playa, como que no.
Así que de esta guisa decidí hacer caso a mi vecino el paisa, que llevaba tiempo hablándome de las bondades de su tierra y andaba loco porque me perdiera por Medellín y fijaros si me lo vendió bien que ya me subí convencido en el avión de vivacolombia, cuasi uribista y al grito de ¡Antioquia Independiente! En ese trance como que me quería salir la sangre secesionista vasca, que por cierto, hasta ese momento, nunca se había manifestado con anterioridad…